Pregunta: “Cuando confesamos nuestros pecados a Dios, �qu� tan detallados debemos ser?”

Respuesta:


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Pregunta: “Cuando confesamos nuestros pecados a Dios, �qu� tan detallados debemos ser?”

Respuesta:
Confesar los pecados a Dios es un mandato de las Escrituras y forma parte de la vida cristiana (Santiago 5:16; 1 Juan 1:9). Ahora bien, cuando confesamos nuestros pecados, �hay que ser muy espec�ficos? �Acaso Dios no conoce ya todos los detalles?

Es cierto que Dios conoce todos los detalles de nuestro pecado. “Has escudri�ado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues a�n no est� la palabra en mi lengua, y he aqu�, oh Se�or, t� la sabes toda” (Salmo 139:3-4). Dios lo sabe todo sobre nosotros, incluidos los detalles de nuestros pecados y todo lo que hemos hecho. Por eso, cuando le confesamos nuestros pecados, no le estamos diciendo nada que no sepa ya.

Incluso teniendo en cuenta la omnisciencia de Dios, resulta apropiado hacer una confesi�n detallada del pecado a Dios. No queremos ser como Ad�n, que se esconde entre los �rboles del jard�n con la esperanza de no ser descubierto (G�nesis 3:8). Preferimos ser como David cuando dijo: “Mi pecado te declar�, y no encubr� mi iniquidad” (Salmo 32:5).

Cuando Dios le habl� a la pareja culpable en el Ed�n, le pregunt� a Ad�n: “�Has comido del �rbol de que yo te mand� no comieses?” (G�nesis 3:11), y le pregunt� a Eva: “�Qu� es lo que has hecho?” (vers�culo 13). Ambas preguntas exig�an una respuesta concreta. Las generalidades no ser�an suficientes. En nuestras oraciones de confesi�n las simplezas y las generalidades no deber�an ser suficientes.

Cuando hablamos con Dios a solas en la oraci�n privada, la comunicaci�n debe ser detallada e �ntima. Estamos compartiendo con Alguien que se preocupa por nosotros m�s de lo que nadie se preocupa. Al confesar nuestros pecados, en detalle, estamos reconociendo nuestro agradecimiento por la grandiosidad de Su perd�n. Estamos conversando con la �nica Persona que no s�lo conoce las luchas de nuestra vida, nuestros fracasos y nuestras intenciones, sino que tiene el poder divino de transformarnos para que nos parezcamos m�s a �l.

Al reconocer los detalles de nuestro pecado ante Dios, le mostramos que no tenemos nada que ocultar. Admitimos humildemente que “todas las cosas est�n desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). En nuestra confesi�n miramos a Aquel que es el �nico que tiene el poder de perdonar completamente nuestros pecados y hacernos �ntegros y aceptables a Sus ojos.

No debemos temer el juicio de Dios. Al confesar nuestros pecados, sabemos que Cristo ya ha pagado totalmente por ellos. �l promete Su perd�n y el poder para romper el control del pecado sobre nosotros. Confesar a Dios los detalles de nuestro pecado es parte de despojarnos de “de todo peso y del pecado que nos asedia” para que “corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1).

En una sesi�n de consejer�a, el consejero esperar� que su paciente sea lo m�s abierto y honesto posible para permitir el proceso de sanidad. La deshonestidad o la falta de rectitud s�lo obstaculizar�n el proceso. Jes�s, el Consejero Maravilloso (Isa�as 9:6), merece la misma honestidad y sinceridad. �l est� dispuesto a escuchar y a guiar. Despu�s de todo, nuestro Se�or se hizo “en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto �l mismo padeci� siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17-18).

En lugar de orar de forma general, diciendo cosas como: “Si he cometido un pecado hoy, por favor, perd�name”, deber�amos hacer un verdadero examen de conciencia y enfrentarnos a lo que hemos hecho. Las oraciones de car�cter personal no eluden una confesi�n detallada del pecado. Un coraz�n arrepentido no tendr� miedo de revelar su pecado a Dios: “Los sacrificios de Dios son el esp�ritu quebrantado; al coraz�n contrito y humillado no despreciar�s t�, oh Dios” (Salmo 51:17). Y recordamos que “Cercano est� el Se�or a los quebrantados de coraz�n; y salva a los contritos de esp�ritu” (Salmo 34:18).

Podemos acudir a Dios con todo lo que nos preocupa, confesando honestamente nuestro pecado, y as� conocer el poder liberador de Su perd�n. Una vez que nos pongamos de acuerdo con Dios, encontraremos alivio de los sentimientos de culpa y fortaleceremos nuestro caminar como creyentes en Cristo.

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