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Pregunta: “�Qu� dice la Biblia sobre c�mo lidiar con el remordimiento?”
Respuesta:
Lamentarse es el dolor o el remordimiento por algo que ha sucedido o que hemos hecho. Significa tambi�n un sentimiento de decepci�n por lo que no ha sucedido, por ejemplo, lamentar los a�os perdidos. Los seres humanos se lamentan porque cometer errores es una experiencia universal. La Biblia da muchas lecciones que, si se siguen, dar�n lugar a que haya que lamentarse menos. Los mandatos y l�mites de Dios est�n escritos para nosotros en Su Palabra, y cuanto m�s nos adhiramos a ellos, menos tendremos que lamentar. Sin embargo, en la gracia y la misericordia de Dios, �l tambi�n ha provisto una manera de lidiar con los remordimientos cuando no hemos vivido tan sabiamente como �l quiere que lo hagamos (ver Salmo 51:12).
Al considerar lo que la Biblia dice con respecto a los remordimientos, debemos comenzar con el hecho de que en algunos lugares se nos dice que Dios “se arrepinti�” de una acci�n que realiz�. La ra�z hebrea de la palabra “arrepentimiento” en realidad significa “suspirar”. Ya que sabemos que Dios no comete errores, el concepto de suspirar es un t�rmino m�s descriptivo para el tipo de arrepentimiento que Dios experimenta. G�nesis 6:7 dice que, despu�s de ver la maldad en la tierra, Dios se arrepinti� de haber hecho al hombre. Esto no significa que el Se�or sinti� que se equivoc� al crear a los seres humanos, sino que Su coraz�n se entristeci� al ver la direcci�n que tomaban. Puesto que Dios conoce todo de antemano, ya sab�a que el pecado traer�a consecuencias, as� que no se sorprendi� al respecto (1 Pedro 1:20; Efesios 1:4; Isa�as 46:9-11). Al contrario, este vistazo al car�cter de Dios nos muestra que, aunque �l ya sabe que vamos a pecar, le duele que escojamos el pecado (Efesios 4:30).
El arrepentimiento humano es diferente del arrepentimiento de Dios. El arrepentimiento humano ocurre porque no conocemos todas las cosas y cometemos errores. Con el paso de los a�os, a menudo recordamos las decisiones que tomamos en la juventud y nos arrepentimos de nuestras elecciones. Sin embargo, esos pesares generalmente caen en una de dos categor�as. Nuestros lamentos surgen de elecciones imprudentes o de elecciones pecaminosas, y cada una requiere una respuesta diferente.
En primer lugar, podemos arrepentirnos por haber tomado decisiones equivocadas, por situaciones del pasado que hubi�ramos deseado que fueran diferentes. Por ejemplo, digamos que elegimos asistir a la universidad Z y especializarnos en X. Despu�s de algunos a�os de seguir infructuosamente una carrera en X, nos arrepentimos de esa decisi�n universitaria. La elecci�n de la carrera universitaria no fue un pecado, y puede que en aquel momento pens�ramos que era una buena elecci�n, pero ahora nos damos cuenta de que no lo era. Podemos lidiar con esa clase de arrepentimiento proclamando Romanos 8:28 y pidi�ndole al Se�or que todo esto sea para bien. Podemos optar por centrarnos en los aspectos positivos de todo lo que aprendimos y confiar en que, si est�bamos buscando al Se�or en ese momento, nada fue en vano y �l puede utilizar incluso nuestras decisiones insensatas para el bien si confiamos en �l. Podemos perdonarnos por nuestras decisiones equivocadas y proponernos crecer m�s sabiamente a partir de lo que aprendimos (Filipenses 3:13).
Pedro es un ejemplo b�blico de alguien que se arrepinti� profundamente por una decisi�n equivocada. Aunque Pedro estaba comprometido con Jes�s, su miedo le hizo huir cuando los soldados vinieron a arrestar a Jes�s, y m�s tarde neg� a Su Se�or. Sus acciones no proven�an de un deseo de pecar, sino de un impulso, inmadurez espiritual y miedo. Se arrepinti� profundamente de sus acciones y llor� amargamente (Lucas 22:62). Jes�s era consciente del arrepentimiento de Pedro y pidi� espec�ficamente verle despu�s de Su resurrecci�n (Marcos 16:7). De todo esto aprendemos que nuestros arrepentimientos no est�n ocultos para Dios y que �l desea restaurarnos cuando volvamos a �l (Malaqu�as 3:7; Jerem�as 24:7).
Otro tipo de arrepentimientos se deben a elecciones de pecado que pueden haber dejado cicatrices y consecuencias. Despu�s de una vida de libertinaje ego�sta, algunas personas en sus �ltimos a�os est�n tan abrumadas por el arrepentimiento que no pueden experimentar la alegr�a. Las consecuencias de su pecado para ellos mismos y para otros pueden atormentarlos durante a�os. El dolor del arrepentimiento puede llevarnos a tomar decisiones que en otras circunstancias no tomar�amos. Judas Iscariote es un t�pico ejemplo en la Biblia. Despu�s de darse cuenta de que hab�a traicionado al Mes�as, Judas estaba tan arrepentido que intent� deshacer sus acciones devolviendo el dinero de la sangre. Cuando eso no le funcion�, sali� y se suicid� (Mateo 27:3-5).
Para algunos, el lamentarse puede llevar a la autodestrucci�n, aunque Dios quiere usarlo para llevarnos al arrepentimiento. Es importante entender que el remordimiento no es lo mismo que el arrepentimiento. Esa� lament� profundamente su decisi�n de vender su primogenitura, pero nunca se arrepinti� de su pecado (Hebreos 12:16-17). El lamentarse se centra en la acci�n que ha provocado el dolor; el arrepentimiento se centra en aquel a quien hemos ofendido. Segunda de Corintios 7:10 explica la diferencia entre el mero arrepentimiento y el verdadero arrepentimiento: “Porque la tristeza que es seg�n Dios produce arrepentimiento para salvaci�n, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte”. En vez de permitir que el lamento gane, podemos permitir que Jes�s nos transforme para que nuestras anteriores elecciones pecaminosas magnifiquen Su poderosa gracia. Cuando acudimos a �l arrepentidos, creyendo que Su sacrificio en la cruz fue suficiente para pagar la deuda que tenemos con Dios, podemos ser perdonados (2 Corintios 5:21: Romanos 10:9-10; Hechos 2:23).
Dos hombres traicionaron a Jes�s la noche en que fue crucificado. Judas tuvo una tristeza mundana (remordimiento), y su vida termin�. Pedro tuvo un dolor piadoso (arrepentimiento), y su vida fue transformada. Nosotros tenemos las mismas opciones que tuvieron esos hombres. Cuando nos enfrentamos a la tristeza, podemos dejar que consuma nuestras vidas, o podemos poner nuestra culpa a los pies de Jes�s, apartarnos de ella, y dejar que �l nos restaure (Salmo 23; 2 Corintios 5:17).