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Pregunta: “�Por qu� no puedo dejar de pecar? Ay�dame, por favor”
Respuesta:
Todo creyente se ha lamentado en alg�n momento por no poder dejar de pecar. Aunque solemos pensar que el problema se debe a una debilidad en nosotros mismos, lo cierto es que la incapacidad para dejar de pecar por lo general indica que no comprendemos suficientemente la fortaleza de Dios. Cuando no entendemos Su poder para salvarnos, perdonarnos y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9), podemos quedar atrapados en un ciclo destructivo de pecado, culpa y temor, que nos lleva a no gozar de nuestra salvaci�n, y esto nos lleva a pecar m�s.
En el Salmo 51:12 (LBLA), David le suplica a Dios: “Restit�yeme el gozo de tu salvaci�n, y sostenme con un esp�ritu de poder”. Escribi� esto despu�s de cometer adulterio y haber asesinado. Es interesante notar que le pide a Dios que le devuelva el gozo de su salvaci�n. El gozo es clave en nuestra victoria sobre el pecado. Tambi�n es muy importante que entendamos que Dios nos sostiene “con un esp�ritu de poder”. Dios se alegra de salvarnos, y nosotros nos alegramos de ser salvados.
Dios nos ha salvado voluntariamente, para mostrar Su gracia, amor y poder. Nuestra salvaci�n no depende de lo mucho o poco que pequemos, de lo mucho o poco que evangelicemos o nos arrepintamos o hagamos buenas obras, de lo amorosos o poco amorosos que seamos, o de cualquier otra cosa sobre nosotros. Nuestra salvaci�n es totalmente el resultado de la gracia, el amor y el prop�sito de Dios (Efesios 2:8-9). Es importante entender esto, porque (ir�nicamente) creer que somos responsables de cumplir la ley nos lleva inevitablemente a ser incapaces de dejar de pecar.
Pablo lo explica en Romanos 7:7-10. Cuando entendemos una ley, como “no codicies”, nuestra naturaleza pecaminosa inevitablemente se rebela contra esa ley, y codiciamos. Este es el problema del hombre: simplemente somos as�. La ley agrava nuestra naturaleza pecaminosa. La gracia de Dios puede hacer lo que la ley nunca pudo hacer: limpiarnos del pecado.
Por lo tanto, la manera de dejar de pecar no es a�adir m�s reglas. Dios lo sab�a. De hecho, nos dio la ley para que fu�ramos conscientes de nuestro pecado y nos volvi�ramos a �l (Romanos 3:19-20; G�latas 3:23-26). La ley es buena. Es un reflejo de la naturaleza de Dios y de Su perfecci�n. Pero no nos ha sido dada para nuestra salvaci�n. Cristo cumple la ley por nosotros (Mateo 5:17).
Cuando no estamos de acuerdo con Dios y nos aferramos a la idea de que debemos cumplir la ley, perdemos el gozo de la salvaci�n y nos condenamos al fracaso. Nos sentimos sobrecargados con una carga terrible. Nos sentimos presionados a hacer algo para asegurar la salvaci�n, pero, a la vez, nuestra naturaleza pecaminosa nos hace incapaces de obedecer la ley. Cuanto m�s nos centramos en la ley, m�s se rebela nuestra naturaleza pecaminosa. Cuanto m�s se rebela nuestra naturaleza pecaminosa, m�s temor tenemos de no ser salvos. Cuanto m�s temerosos y sin gozo estamos, mayor es la tentaci�n de las promesas de felicidad que nos hace el pecado.
La �nica manera de romper el ciclo y dejar de pecar es aceptar el hecho de que no podemos dejar de pecar. Esto puede parecer contradictorio, pero si una persona no deja de intentar salvarse, nunca descansar� en el conocimiento de que Dios la ha salvado. El gozo de la salvaci�n viene de aceptar el hecho de que la gracia de Dios nos cubre, que �l nos cambiar� y nos conformar� a la imagen de Cristo, y que es Su obra, no la nuestra (Romanos 8:29; Filipenses 1:6; Filipenses 2:13; Hebreos 13:20-21). Una vez que comprendemos esta realidad, el pecado pierde su poder. Ya no sentimos el impulso de recurrir al pecado como medio de alivio temporal de la ansiedad, ya que Cristo nos ha liberado de la ansiedad y la presi�n de una vez y para siempre (Hebreos 10:10, 14). As�, las buenas obras que realizamos en la fe se hacen por amor y gozo y no por temor u obligaci�n.
“Ya que el aguij�n de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Se�or Jesucristo. As� que, hermanos m�os amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Se�or siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Se�or no es en vano” (1 Corintios 15:56-58).