Pregunta: “�C�mo puedo dejar de ser una persona que complace a los dem�s?”

Respuesta:


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Pregunta: “�C�mo puedo dejar de ser una persona que complace a los dem�s?”

Respuesta:
Complacer a la gente es la motivaci�n que lleva a una persona a tomar decisiones basadas �nicamente en el nivel de aprobaci�n que cree que va a recibir. La codependencia y la habilidad est�n relacionadas con la complacencia de las personas; dentro de un marco b�blico, complacer a las personas equivale a la idolatr�a.

Los que agradan a las personas han aprendido que es bueno agradar a los dem�s, as� que dirigen sus palabras y acciones en la direcci�n que ofrece la mayor aprobaci�n. A primera vista, aquellos que complacen a la gente parecen ser desinteresados, amables y generosos. Sin embargo, bajo la superficie, son terriblemente inseguros y creen que la aprobaci�n equivale a valor. Con el tiempo, descubren que tratar de complacer a la gente todo el tiempo no s�lo es agotador, sino que es imposible. Algunos de ellos pueden empezar a manipular las relaciones y las situaciones para conseguir la satisfacci�n relacionada con las respuestas agradables de los dem�s. As� que el t�rmino “complaciente” es en realidad un t�rmino err�neo. Este tipo de personas se esfuerzan por complacer a todo el mundo porque intentan complacerse a s� mismas.

Algunas personas, por naturaleza, son m�s propensas a complacer a la gente. Estas personas, que se muestran complacientes y sensibles, a menudo son muy conscientes de las respuestas de los dem�s, y por eso miden sus palabras y sus decisiones para evitar reacciones negativas. A veces ven esta caracter�stica como algo positivo, comparando su actitud de complacer a la gente con las acciones desinteresadas del Se�or Jesucristo (v�ase Hechos 10:38). Sin embargo, la diferencia entre el servicio desinteresado de Jes�s y las acciones de una persona que complace a la gente radica en el motivo. Jes�s vivi� para glorificar y obedecer a Su Padre (Juan 8:29). �l amaba, daba y serv�a a la gente, pero tampoco ten�a miedo de decir lo que hab�a que decir, incluso cuando la gente se enojaba. A veces reprend�a a la gente en p�blico por su hipocres�a y falta de fe (por ejemplo, Mateo 23:15). Parece que le importaba poco la aceptaci�n de Sus palabras por parte de los oyentes. Dijo exactamente lo que hab�a que decir, aunque eso le llev� a la muerte (Marcos 15:1-2; Juan 18:37). Jes�s era lo contrario de una persona que complac�a a la gente.

Podemos tomar medidas para dejar el h�bito de complacer a la gente, reconociendo primero que es un pecado. Cuando lo que nos motiva es la popularidad, hemos cambiado de dios, y eso es idolatr�a. Cuando permitimos que cualquier cosa nos controle, aparte del Esp�ritu Santo, nuestros corazones han erigido un santuario a un dios competidor (Efesios 5:18; G�latas 5:16, 25). Buscar la aprobaci�n de los seres humanos falibles en lugar de buscar la aprobaci�n de Dios es un camino resbaladizo hacia el error. Juan 12:43 nos dice que, incluso en los d�as de Jes�s, algunas personas creyeron Su mensaje pero se negaron a seguirlo porque “amaban m�s la gloria de los hombres que la gloria de Dios”. Complacer a la gente puede llevarnos a la separaci�n eterna de Dios cuando dejamos que eso determine nuestras decisiones.

Cuando reconocemos que nuestras inclinaciones para complacer a la gente son pecado y nos arrepentimos al respecto, debemos encontrar una motivaci�n alternativa. Primera de Corintios 10:31 nos dice que nuestro motivo en todo debe ser glorificar a Dios. Cuando desarrollamos una relaci�n �ntima con �l a trav�s de la fe salvadora en Jes�s, �l se convierte en nuestro enfoque. Cambiamos nuestra lealtad de la adoraci�n a nosotros mismos a la adoraci�n a Dios. Nuestra meta ya no es complacernos a nosotros mismos sino complacerlo a �l (Colosenses 1:10). Hallamos una inmensa libertad cuando rompemos el control que la gente tiene sobre nuestras vidas. En lugar de tratar de complacer a cien voces, s�lo debemos escuchar a una (Juan 10:27). Al final de cada d�a, hay una sola pregunta importante para un cristiano: “Se�or, �te he agradado hoy, as� como s� que debo hacerlo?” Cuando la respuesta es “s�”, podemos deleitarnos en el deleite de Dios. Hallamos nuestra aprobaci�n en lo que �l dice que somos.

Otro paso importante para superar la adicci�n de complacer a la gente es proteger nuestros corazones contra la codicia. La envidia alimenta el deseo de agradar a la gente cuando anhelamos la aprobaci�n o la popularidad de otra persona. Esto es m�s evidente en los adolescentes que idolatran a las estrellas de rock y a los deportistas, aunque los adultos tambi�n son culpables de esto. Complacer a la gente por envidia es m�s frecuente de lo que creemos, y la mayor�a de nosotros puede encontrar rastros de ello en alguna parte de nuestras vidas.

Complacer a la gente nos impide ser todo lo que Dios nos ha llamado a ser. Nos hace callar cuando deber�amos hablar y nos amenaza cuando hablamos. Una forma peligrosa de complacer a la gente en la iglesia de hoy en d�a se ve en 2 Timoteo 4:3: “Porque vendr� tiempo cuando no sufrir�n la sana doctrina, sino que teniendo comez�n de o�r, se amontonar�n maestros conforme a sus propias concupiscencias”. Los predicadores cuyo deseo es atraer multitudes y vender libros, cultivan el pecado de complacer a la gente y lo llaman “ministerio”. Atraer multitudes no es un pecado, pero cuando la motivaci�n es complacer a la gente y no a Dios, hay un problema. Si los ap�stoles hubieran complacido al pueblo, nunca habr�an sido martirizados por su fe.

No podemos servir a dos se�ores (Mateo 6:24). No podemos estar totalmente dedicados al evangelio de Cristo y totalmente dedicados a la aprobaci�n de la gente. No se mezclar�n. Esa puede ser una raz�n por la que Jes�s hizo del discipulado un camino tan estrecho. Dijo: “Y dec�a a todos: Si alguno quiere venir en pos de m�, ni�guese a s� mismo, tome su cruz cada d�a, y s�game” (Lucas 9:23). Una parte de negarnos a nosotros mismos es crucificar nuestra necesidad de agradar a la gente y de caerles bien (1 Tesalonicenses 2:3-5; G�latas 1:10).

Afirmamos como Pedro: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. (Hechos 5:29). No es nuestra tarea hacer feliz a la gente. M�s bien, debemos vivir como las mejores personas que podamos ser, servir al Se�or en todo lo que �l nos llame, morir diariamente a nuestros propios deseos ego�stas y recibir nuestra recompensa de �l (1 Corintios 4:5). Cuando ese sea el objetivo de nuestra vida, dejaremos de estar complaciendo a la gente.

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